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Complejidad y oportunidad. Autor: Federico Anaya Gallardo


Sumo y resumo. En entregas anteriores dije que los intereses geopolíticos son inclinaciones, apetitos y temores colectivos que las sociedades desarrollan a partir de sus experiencias históricas con sus vecinos cercanos y lejanos. Al analizar los intereses mexicanos, encontré que nuestro vecino, EUA, considera indispensables a las fuerzas armadas mexicanas para mantener el orden interno en nuestra República; tanto, que está dispuesto a detener la acción de su sistema de justicia en contra de un ex secretario de la Defensa Nacional nuestro. Sin embargo, también señalé que Washington no está dispuesto a que esas fuerzas armadas masacren a nuestro pueblo con pretexto de la estabilidad política. Y en esto último, concurren la Unión Europea y –por supuesto– el pueblo mexicano. Por otra parte, hemos visto cómo México presta servicios interesados a la República Imperial: desnuclearizar Latinoamérica facilitó el control hemisférico de Washington a bajo costo al tiempo que México se zafaba de la escalada armamentista de la Guerra Fría.

Hoy subrayaré un detalle fácil de olvidar al discutir geopolítica: el impacto de lo popular. El soft-power nace de la ideología, pero sólo cuando una ideología es hegemónica dentro de un Estado Nación. Y, para que haya hegemonía, las ideas deben hacer vibrar mentes y corazones tanto entre las élites (arriba) como en el pueblo (abajo).

Recordemos la regla de Metternich: un Estado debe maximizar su libertad de acción, debe tener siempre más opciones que sus adversarios, construir salidas alternativas. Lo que no entendía el viejo canciller austriaco es que esa regla para las relaciones internacionales aplica también para la política interior. De hecho, la liga entre política nacional y extranjera es imposible de romper, como lo demuestra la historia social de Europa en los siglos XIX y XX. Prusia logró convertirse en potencia de primer orden sólo cuando Bismark aseguró hacia dentro de la sociedad alemana un régimen parlamentario e instituciones básicas de seguridad social. En 1900, liberales británicos como George M. Trevelyan reconocían que hoy día no queda más que ser un poco socialista. El hermano mayor de George, Charles, fue uno de los fundadores del Partido Laborista. La derrota francesa de 1940 estaba profundamente ligada a la división izquierdas/derechas, como demostró el régimen colaboracionista de Vichy. La estabilidad europea de la segunda posguerra no se explica sin la existencia de un Estado Social de Derecho que garantiza a toda persona un estándar mínimo de vida digna. Y esta es la base social de la posición pro-derechos humanos de la Unión Europea.

Dicho lo anterior, repasemos la experiencia del Grupo Contadora (1983-1987). Raúl Benítez Manaut recordaba en el 30 aniversario de la fundación del grupo, que México y Centroamérica estuvieron separados durante la mayor parte del siglo XX. (“Definiciones estratégicas de la política exterior de México en El Salvador (1979-1992)”, Revista Mexicana de Política Exterior, 2013. Liga 1.) Desde 1910, los regímenes centroamericanos veían a nuestro país como una fuente de subversión o contagio revolucionario. Aunque hoy nos parezca extraño, el México postrevolucionario era visto por EUA y por las élites centroamericanas como un foco de bolchevismo. El régimen de los sonorenses, atareado en lograr dentro del país una modernización más incluyente que la propuesta por el porfirismo, veía a sus vecinos al sur como una distracción y con cierto desprecio. Había mucho que hacer de este lado del Suchiate como para atender lo que ocurría más allá. Esta actitud se sostuvo por décadas. Para Fernando Benítez, en 1963, Oaxaca y Chiapas eran la última trinchera de la Revolución Mexicana. A partir de 1970, las rebeliones populares de Nicaragua, El Salvador y Guatemala demostrarían cuán equivocados estábamos los mexicanos.

La preocupación mexicana por reformar sólo su sociedad se percibe en los tres lemas de nuestro partido oficial en el siglo XX: En 1929, el PNR proclamaba “Instituciones y Reforma Social”; en 1938 el PRM luchaba “Por una democracia de trabajadores”; y en 1946 el PRI se comprometió con “Democracia y Justicia Social”. Todas son tesis de consumo interno. Nada parecido al lema “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, que aparecía escrito en las distintas lenguas de las repúblicas federadas bajo la URSS sobre las cintas rojas que amarraban el trigo y el centeno del escudo soviético. La Revolución de Octubre nació internacional (al inicio se soñaba una federación que iría incorporando cada país en que triunfase la Revolución, hasta cubrir el planeta entero). En contraste, la Revolución Mexicana siempre se consideró a sí misma como un asunto doméstico. Por eso la admiración que generaron nuestros movimientos en Perú (entre los apristas), en Nicaragua (entre los sandinistas) o en Venezuela (entre los adecos) nos causaban más extrañeza que orgullo. Pese a todo, los soviéticos llevaban razón y los mexicanos no: la revolución social o es internacional o no será.

El aislacionismo mexicano bajo el régimen priísta nos resultó perjudicial hacia dentro y hacia fuera. En lo interior, la creciente cerrazón del régimen priísta imitó extralógicamente el anticomunismo de los EUA. En 1959, Efraín Huerta lo resumía en dos versos terribles: “La verdad es el fantasma podrido de MacCarthy / y la jauría de turbios, torpes y mariguanos inquisidores de huarache” (¡Mi país, oh, mi país!). Hacia fuera nos impidió ver que nuestro ejemplo era imitado con cierto éxito, produciendo estabilidad política y Estados responsables en el escenario regional. El surgimiento de Acción Democrática (AD, el partido de los adecos venezolanos) entre 1941 y 1948 hasta la presidencia de Rómulo Gallegos era un elogio de la movilización campesina del cardenismo y una puesta en escena –mucho más seria que la priísta– de los ideales de Democracia y Justicia Social. No es exagerado pensar que el civilismo de José Figueres tuviese algo que ver con el debate que se estaba dando en México para separar a los militares de la vida política cuando el costarricense estuvo exiliado en nuestro país entre 1943 y 1944. Su Movimiento de Liberación Nacional fue más allá que consagrar la idea de una presidencia civil (Miguel Alemán Valdés, 1946). Costa Rica abolió su ejército en 1948.

He recapitulado el impacto latinoamericano de la experiencia política mexicana en el siglo XX porque es uno de los elementos que permitieron el éxito de Contadora. Hay que decir que, inmediatamente antes, México había (¡por fín!) volteado a ver qué pasaba más allá del Suchiate. Lo hizo primero, por simpatía ideológica. El sandinismo triunfante en la Nicaragua de 1979 recordaba mucho nuestra propia experiencia. Símbolo de esto era el corrido “El Asalto al palacio” de Carlos y Luis Mejía Godoy, celebrando la toma guerrillera de la sede del congreso en Managua. En la interpretación de Amparo Ochoa empezaba así: “—Á’i mi compa: Vengo de Sinaloa, del mero terruño de mi comandante Tirado López”… quien era uno de varios mexicanos y mexicanas que lucharon por aquella revolución. (Liga 2.) En abril de 2020, Víctor Tirado López explicó a Milenio que él participaba en la lucha guerrillera en México y que en la clandestinidad conoció a sandinistas que buscaban apoyo. Él se ofreció y se fue a hacer la Revolución allá. (Liga 3.) Cuando el periodista Diego Enrique Osorno le preguntó “—¿Qué siente haber hecho una revolución en un país que no es el suyo?” Tirado le respondió clarito: “—No, amigo, yo soy nicaragüense y soy mexicano, siempre soy lo mismo, siempre he tenido el aspecto de ser centroamericanista.” Si cosas como ésta hacía la oposición mexicana de izquierda, para no perder aún más legitimidad el régimen priísta debía posicionarse a favor del sandinismo. En 1979 México se opuso a una intervención militar en Nicaragua organizada desde la OEA.

México también volteó a Centroamérica por necesidad interna cuando decenas de miles de refugiados guatemaltecos cruzaron la frontera huyendo del genocidio decretado por los militares guatemaltecos. Los rancheros kaxlanes de Chiapas inmediatamente dijeron que los refugiados eran una columna de infiltración de las guerrillas comunistas. El retraso de la evolución social kálanes en Centroamérica ponía ahora en riesgo a nuestro país. La primera reacción mexicana fue a un tiempo ideológica y materialmente interesada. El ayudar a que los centroamericanos alcanzaran el nivel de complejidad social que la Revolución Mexicana proporcionó a nuestro país nos ganaba prestigio y posición: ¿no habíamos demostrado los mexicanos que una revolución social no necesariamente debía ser comunista? Si esto era verdad, los EUA no necesitaban mandar tropas y México evitaba tener tropas yanquis en sus dos fronteras. Aparte, permitía controlar el potencial contagio al Sureste mexicano de la fiebre revolucionaria.

Siguiendo esas líneas, en 1981 México y Francia reconocieron como fuerza beligerante al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. Esta maniobra ha sido considerada “aberrante” y fruto de la “borrachera petrolera” lópezportillista, pero está en línea con los intereses mexicanos que ya he mencionado. Aparte, al sumar a los franceses –gobernados en ese tiempo por el socialista Mitterrand– el reconocimiento franco-mexicano subrayaba que Latinoamérica no debía sumarse a los conflictos regionales que caracterizaban esa peligrosa etapa de la Guerra Fría (Afganistán, Namibia, Etiopía, Irán). Sin embargo, cuando ocurrió, Venezuela, Colombia y Panamá la repudiaron. Acusaron a México de injerencismo y de colaborar “anti-americanamente” con una potencia extra-hemisférica. Los tres países se alinearon con la política intervencionista de Reagan. Pero el apoyo de EUA a la Gran Bretaña en la Guerra de las Malvinas de 1982 enfrió los ánimos en Caracas y Ciudad Panamá. ¿A dónde había quedado la Doctrina Monroe? Por su parte, la victoria del conservador Belisario Betancur Cuartas en Colombia, transformó la correlación de fuerzas internas. Del reaganismo de los liberales Bogotá pasó a mejorar relaciones con Cuba, solicitar su ingreso al Movimiento de Países No Alineados e iniciar una apertura interna que llevaría a la desmovilización del M-19 y a una asamblea constituyente. (Esperanza Durán, “La solución de Contadora para el logro de la paz en Centroamérica”, en Estudios Internacionales, Santiago, 1984. Liga 4.)

Los intereses nacionales permanecen. López Portillo, autoproclamado último presidente de la Revolución Mexicana, apoyó abiertamente al sandinismo y reconoció al FMLN. De la Madrid, el primer presidente neoliberal, también protegió al régimen sandinista. Se trataba de evitar una intervención directa de los EUA en Centroamérica. Si bien la crisis petrolera y de deuda de 1982 debilitaron la agencia individual de México, las Malvinas y el proceso de paz en Colombia nos trajeron aliados regionales inesperados. Y aprovechamos la oportunidad.

Ligas usadas en este artículo:

Liga 1:
https://revistadigital.sre.gob.mx/images/stories/numeros/ne2013/benitezm.pdf

Liga 2:
https://www.antiwarsongs.org/canzone.php?lang=en&id=48475

Liga 3:
https://www.milenio.com/opinion/diego-enrique-osorno/detective/el-mexicano-vivo-que-encabezo-una-revolucion

Liga 4:
https://revistaei.uchile.cl/index.php/REI/article/download/15844/31710/

Federico Anaya-Gallardo
Federico Anaya-Gallardo

Abogado y politólogo. Defensor de derechos humanos. Ha trabajado en Chiapas, San Luis Potosí y Ciudad de México. Correo electrónico: agallardof@hotmail.com



Esta nota fue recopilada de: https://julioastillero.com/complejidad-y-oportunidad-autor-federico-anaya-gallardo/, el notichairo solo difunde otro enfoque de la verdad.

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