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Cómo afectan el cambio climático a la operación e infraestructura de CFE

En el primer frente —la demanda— las olas de calor disparan el uso de aires acondicionados y sistemas de enfriamiento. Ese consumo, si se produce simultáneamente en distintas regiones, puede desbordar la capacidad instalada. El caso de mayo no ha sido aislado: cada año se baten nuevos récords de consumo.

El segundo impacto está en la generación. Las sequías afectan el rendimiento de las hidroeléctricas; la falta de viento o vientos excesivos pueden detener los parques eólicos; y las inundaciones o tormentas dañan equipos en centrales térmicas o solares. En cada caso, hay riesgo de que la oferta energética se interrumpa justo cuando más se necesita.

La infraestructura es el tercer punto crítico. Las líneas de transmisión, subestaciones y transformadores no siempre están diseñados para soportar eventos extremos. “Si conjuntamos un sistema con historial de escasez, limitaciones en transmisión y demanda no atendida en momentos críticos, y le sumamos eventos climáticos impredecibles, tenemos una tormenta perfecta”, apunta Muciño.

Elie Villeda, experto en sistemas eléctricos, coincide en que el riesgo está creciendo más rápido que la capacidad de respuesta. Explicó que en otros mercados, como el estadounidense, las normativas de construcción e instalación ya exigen que los equipos de generación estén preparados para resistir fenómenos como huracanes de hasta categoría 3. “Allá ya es un requisito obligatorio. Por ejemplo, los paneles solares deben estar diseñados para no desprenderse con ráfagas extremas de viento. En México, esos temas ni siquiera están sobre la mesa”, señaló.

En el caso de la generación eólica, explica Villeda, los cambios en los patrones de viento también tienen consecuencias. Si un parque fue diseñado con una orientación específica para aprovechar flujos predominantes, es posible que esos patrones ya no se mantengan, lo que reduce su eficiencia y deja obsoleta la configuración original.

¿Qué dice el Gobierno?

La CFE y la Secretaría de Energía (Sener) han anunciado un plan de inversiones para robustecer el sistema. Se contemplan 12,300 millones de dólares para generación, con la meta de adicionar 13,024 megawatts; 7,500 millones en proyectos de transmisión, y 3,600 millones en infraestructura de distribución.

Mientras tanto, se han implementado medidas de corto plazo. Una de ellas es el ‘protocolo correctivo’, un esquema de licitaciones de emergencia que permite instalar generación rápida en puntos críticos. Aunque efectivo, su principal limitación es el costo: tanto la energía como la infraestructura son mucho más caras.

Otra estrategia es la demanda controlable. En este esquema, el Centro Nacional de Control de Energía (Cenace) acuerda con grandes consumidores —como industrias o centros comerciales— que reduzcan su consumo en horas pico, a cambio de compensaciones. El objetivo es evitar apagones sin necesidad de aumentar la generación.

¿Hay algo por hacer?

En el sector privado, muchas empresas han optado por invertir en sistemas de respaldo: baterías industriales, plantas de emergencia y microrredes. En industrias intensivas en energía, como la manufactura, una interrupción de unas horas puede representar pérdidas millonarias.

En el ámbito residencial, la CFE ha iniciado campañas para fomentar el uso eficiente de la energía, como apagar equipos en desuso o reducir el consumo de aire acondicionado en horas críticas. Aunque el impacto es limitado, forma parte de un enfoque más amplio de gestión de la demanda.

Pero estas acciones, advierten los analistas, solo compran tiempo. La solución estructural pasa por reforzar el sistema eléctrico con criterios de resiliencia climática.



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