
Una nueva visión para un reto más complejo
El giro no es casual. Israel Hurtado, presidente de la AMHTE, ha liderado un reposicionamiento estratégico que integra nuevas tecnologías como baterías, biocombustibles y almacenamiento de energía. “No podemos apostarle a una sola tecnología. La transición energética pasa por muchas rutas, y el hidrógeno es solo una de ellas”, explica.
El enfoque también busca blindar al sector frente a vaivenes geopolíticos. China controla buena parte del mercado de electrolizadores y componentes clave para el hidrógeno, lo que plantea riesgos para la seguridad energética. Apostar solo por una ruta puede ser un error costoso.
Para empresas como Forvia, proveedor global del sector automotriz, la aparición de México en este mapa cambia los planes. La firma ya participa en iniciativas piloto de movilidad con hidrógeno en Europa, y tiene plantas activas en varias ciudades mexicanas. “Estamos asistiendo a una conferencia con la federación de hidrógeno en México. Nos interesa saber más. Siempre hay posibilidad de fabricar tanques aquí”, dice Durkee.
Pero la decisión no es automática. La fabricación de tanques de hidrógeno, clave para aplicaciones en vehículos y almacenamiento estacionario, requiere una inversión de capital intensiva, tecnología especializada y proximidad con el cliente final. “Es un equipo caro, difícil de transportar. No puedes poner una planta sin tener una orden de venta estable”, advierte.
Lo cierto es que, aunque muchos de los anuncios están aún en fase conceptual o en búsqueda de financiamiento, el mensaje ha sido recibido. México ha dejado de ser invisible para los actores globales del hidrógeno. “Si incluso 10% de estos proyectos se concreta, será algo muy significativo. Incluso la mitad ya sería impresionante”, reconoce Durkee.
Del entusiasmo inicial al pragmatismo tecnológico
Durante décadas, el hidrógeno en México ha sido una molécula útil pero invisible, usada en refinerías, petroquímicas y siderúrgicas, pero producida a partir de gas natural. La apuesta ahora es por el hidrógeno verde, generado con energía solar y eólica, con la mira puesta en la exportación.
Pemex ha comenzado a considerarlo en su plan de sostenibilidad, con metas modestas: usarlo en 2030 y producirlo en 2035. La señal es más política que operativa, pero evidencia que la narrativa ya llegó a los grandes operadores públicos.
Durkee lo ve como una jugada a largo plazo. “El primer vehículo de hidrógeno cuesta una fortuna. No hay dónde cargarlo. Pero cuando hay escala —100,000, un millón de unidades—, todo cambia. Hay estaciones, la logística se vuelve eficiente, los precios bajan”.
En eso, el hidrógeno se parece más al gas natural que a la electricidad. “Puede almacenarse, moverse por ductos, no estresa al sistema eléctrico como lo haría una flota entera de vehículos eléctricos”, explica.
El reto, sin embargo, es no caer en falsas expectativas. La euforia por el hidrógeno ha pasado antes por ciclos de promesas incumplidas. Pero esta vez hay inversión privada real, un enfoque multisectorial y un discurso más pragmático.
“Piense en el hidrógeno no como una alternativa, sino como un complemento”, resume Hurtado. “Se trata de diversificar la matriz energética, no de reemplazar una dependencia por otra”.
Desde el punto de vista industrial, la diversificación tecnológica también permite adaptar soluciones a cada sector. “Hay que ser estratégicos”, dice Durkee. “En vehículos ligeros quizá gane la batería, pero en vehículos pesados o procesos industriales, el hidrógeno tiene mucho sentido. Todo depende del volumen, la carga y el consumo”.
Por ahora, México tiene la atención de una industria que hasta hace poco lo veía como un espectador. “Es genial, si es real”, dice Durkee.
Con información de Ivet Rodríguez
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