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Antes de liderar a otros, lidérate a ti mismo, con propósito

Esta capacidad no es innata. Se construye. Se cultiva. Y comienza por un principio esencial: liderarse a uno mismo.

Recientemente, acompañé a una ejecutiva regional en un proceso de intervención crítica. Jennifer (seudónimo), acababa de asumir la Dirección General Regional. Tenía el perfil perfecto: MBA en una universidad reconocida, años de éxito como líder funcional, respeto dentro de su industria. Pero algo no encajaba.

Aunque los resultados no eran malos, el ambiente se sentía desconectado. Las decisiones no fluían. Y el equipo, aunque respetuoso, no estaba comprometido.

En una reunión clave, en medio de una discusión de estrategia que no terminaba de alinearse y un equipo cada vez más tenso, uno de sus directores rompió el silencio:

“Eres la líder, pero no sabemos en qué crees tú.”

Fue un golpe directo. Y también un regalo.

Ese comentario le reveló una verdad incómoda: ningún líder puede inspirar a otros si no tiene claridad sobre quién es, qué representa y desde dónde lidera. Su transformación no comenzó con un plan operativo, sino con una conversación profunda consigo misma.

Liderarme a mí mismo: el primer paso

Aquí empezó su verdadero viaje. No hacia un nuevo plan, sino hacia una nueva forma de estar presente. Liderarme a mí mismo implica conocerse, gestionarse, autorregularse y actuar con propósito. Es dominar el “juego interno” del liderazgo antes de enfrentar el juego externo.

En el caso de Jennifer, entendió que, aunque tenía un plan sólido, lo que realmente faltaba no era estrategia, sino presencia. Esa capacidad de sostener con el cuerpo, la voz y la energía una visión clara, incluso cuando todo a su alrededor es incierto. No se trataba de saber más, sino de ser más: más consciente, más auténtica, más centrada. Porque la verdadera presencia no surge desde la prisa ni desde el piloto automático, sino desde la conexión con uno mismo. Y esa conexión solo se logra cuando lideramos desde la claridad interna —desde el propósito y la autoconfianza—, y no desde la urgencia, la ansiedad o la reacción.

A partir de ese punto, focalizamos en cuatro dimensiones clave:

1. Autoconciencia – Saber quién eres, qué te mueve y cómo impactas a otros.
2. Inteligencia emocional – Gestionar emociones propias, leer el entorno y responder con intención.
3. Presencia ejecutiva – Mostrar firmeza con empatía, transmitir confianza incluso en la incertidumbre.
4. Propósito y resiliencia – Liderar desde el “para qué”, y levantarse con fuerza ante la adversidad.

Estas cualidades no son abstractas. Se ven. Se sienten. Se respiran en una sala cuando un líder centrado entra. En momentos de conflicto, estos líderes no polarizan: escuchan. En momentos de crisis, no se precipitan: reflexionan.

Jennifer no cambió de un día a otro. Su evolución fue intencional. Se apoyó en coaching ejecutivo, retroalimentación 360 y otras herramientas científicas de medición. Pero más allá de los recursos, lo que marcó la diferencia fue el trabajo de propósito: descubrió que su misión era “construir culturas de alto impacto donde los colaboradores sean asertivos, empezando por mí”.

Algunas prácticas efectivas para desarrollarse en esta dimensión:

– Evaluaciones y feedback estructurado – Revelan lo que otros ven, pero que aún no eres consciente.
– Coaching ejecutivo – Acompañamiento personalizado para crecer con foco y profundidad.
– Claridad de propósito – Cuando sabes para qué lideras, tomas mejores decisiones.
– Manejo del estrés y nivel de energía – Porque un líder con burnout no puede liderar efectivamente.
– Rutinas de reflexión – Espacios para pausar, procesar y alinear.



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