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La importancia de gestionar las relaciones con terceros

Hoy más que nunca es imprescindible conocer a profundidad con quién se mantienen asociaciones, lo que incluye informarse sobre su reputación, el manejo de sus operaciones y el potencial impacto que podrían tener tanto en el negocio como en la cadena de valor.

Desde la óptica de la ética y el cumplimiento, asociarse con un tercero equivocado puede derivar en consecuencias severas, no solo económicas o legales, sino también reputacionales. Los riesgos derivados abarcan desde problemas éticos y de integridad hasta incumplimientos regulatorios; por ejemplo, temas de prevención en cuanto a lavado de dinero.

Adicionalmente, la era digital amplifica la posibilidad de ocurrencia de este tipo de situaciones; cualquier incidente relacionado con un proveedor o socio estratégico puede propagarse de forma inmediata y exponencial.

En este contexto, la relevancia de cuidar las relaciones con terceros va más allá de la simple prevención de fraudes o incumplimientos regulatorios, ya que los inversionistas, clientes y la sociedad en general demandan a las empresas mayor responsabilidad en la elección y supervisión de sus socios comerciales.

Adicionalmente, las partes interesadas esperan que las compañías no solo adopten políticas éticas de manera interna, sino que estas puedan extenderse a lo largo de toda su cadena de suministro y operaciones externas, lo que implica garantizar que cada socio comercial se alinee con estándares éticos, sociales y ambientales acordes con las expectativas.

Por ejemplo, en materia de riesgos ambientales, sociales, y de gobierno corporativo (ESG, por sus siglas en inglés), resulta crucial evaluar si los proveedores cumplen con prácticas adecuadas en cuanto a sostenibilidad, derechos laborales, así como diversidad e inclusión. Un fallo en alguno de estos aspectos puede afectar negativamente la imagen y credibilidad de cualquier empresa que colabora con terceros, lo que a su vez podría generar daños cuya reparación termine siendo prolongada.

Casos recientes en diversos sectores muestran cómo incidentes aislados, vinculados a proveedores que operaban sin apegarse a estándares adecuados, causaron pérdidas económicas significativas y afectaron negativamente la percepción pública de grandes organizaciones.

Por otro lado, desde el ámbito regulatorio, los riesgos también son palpables y crecientes, por lo que la responsabilidad penal corporativa ha evolucionado a nivel global, estableciendo que las compañías puedan convertirse en responsables legales de actos realizados por terceros, en especial cuando existen fallas en la debida diligencia. En otras palabras, las legislaciones son cada vez más rigurosas y exigen a las entidades adoptar procesos robustos de análisis y supervisión continua sobre quiénes forman parte de sus círculos comerciales.



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