El día de ayer, algunas ciudades del país fueron escenario de una protesta convocada por las élites económicas y algunos de sus más ferreros defensores. La capacidad de convocatoria, que para muchos fue objeto de sorpresa, se trató simplemente de una expresión más de lo que en las ciencias sociales se conoce como lucha de clases.
En México, como en cualquier sociedad dividida en clases sociales, existe la lucha de clases. Condición que: i) Es objetiva, porque no depende de la voluntad de algunos individuos (de lo contrario, se llamaría lucha de individuos), sino de los intereses en común que definen a una clase. ii) Es antagónica, porque esta lucha se presenta y gira entorno al proceso de valorización; es decir que, la valorización de una clase depende causalmente de la desvalorización de otra, de ahí que no pueda existir riqueza sin pobreza. iii) Es estructurante, porque produce una racionalización/ideologización en función de la posición de una clase o de otra.
La ideologización que ayer quedó de manifiesto entre los asistentes a la marcha en defensa del INE tuvo como rasgo característico el enfado, resultado del límite que desde el año 2018 se les puso a los estratos sociales más altos para seguir imponiendo su moral particular, como la moral universal del pueblo mexicano. De ahí que entre los asistentes se dejaran ver expresiones racistas y clasistas, como “indio”, “pata rajada” o “resentidos sociales”. Al tiempo que se presentaran casos en que los asistentes en aras de defender un micrófono con el cual ensalzar su afán protagónico, terminaran evidenciando las contradicciones al interior de ellas, muestra de que las clases sociales, tampoco son entidades homogéneas.
Pero, quizá la mayor contradicción que ayer se presentó, gira entorno a la consigna en defensa de la democracia. Pues la historia nos ha demostrado que para cualquier transformación social se requiere de una ampliación de la democracia. Y lo que hicieron los marchistas de ayer fue defender a una institución electoral (por demás desprestigiada), en un ambiente totalmente falto de los principios de igualdad y fraternidad, propios de cualquier estado liberal.
En su lugar, privilegiaron discursos elitistas, con tendencias fascistas, dirigidos a justificar la existencia de grupos sociales superiores, bajo el argumento de que éstos poseen cualidades intelectuales por encima de las capas inferiores. Haciendo que cobre sentido la frase de que, en momentos de transición, no hay que educar a los pobres, sino hay que educar a los ricos.
Comenzando porque entiendan que defender la democracia es mucho más que defender una institución. Y que la lucha que ayer se visibilizó, no se reduce a la esfera política, pues tiene como base la democratización económica. Entender esto en un momento en el que en nuestro país se busca superar el neoliberalismo, es clave para proyectar el carácter, extensión y profundidad del que cambio al que aspiremos. El cual comienza con la revocación de funcionarios clasistas y elitistas que aún no se dan cuenta que ya no tienen lugar en los puestos de dirección de un Estado con vocación democrática y popular.
De ahí que, como mexicanas y mexicanos, estamos obligados a revisar con seriedad la propuesta de reforma electoral que tantos dolores de cabeza y de clase ha provocado en los últimos meses. Porque a decir de la reacción observada, lo que se busca es que genuinamente sea el pueblo el que decida, y no las élites. Y porque, además, resulta congruente con los tres ejes que caracterizan a esta administración, que fue votada por más de 30 millones de mexicanos: 1) primero los pobres, 2) combate a la corrupción neoliberal, y 3) separación del Estado de los poderes fácticos. Que, dicho sea de paso, hoy presentan tintes abiertamente golpistas.
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