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No confundamos intelectuales con tecnócratas

El conservadurismo es un rasgo insoslayable de la cultura occidental. A lo largo de la historia ha tenido expresión en todas las formas que, en aras de defender el sistema social prevaleciente, han optado por restringir el ejercicio de las libertades. De ahí que no causara mayor sorpresa que el neoliberalismo se acompañara de la suspensión de la libertad política de los pueblos. Y en los casos más extremos, hasta del ascenso al poder de los regímenes autoritarios encabezados por militares.

Generalmente a los conservadores se les identifica por las resistencias que manifiestan ante cualquier posible cambio en el orden social, del que muchas veces se ven favorecidos. Por eso, llama la atención que hoy, algunas de las voces más reaccionarias provengan de los espacios creados para impulsar las transformaciones sociales. Y, con críticas cargadas de criterios de autoridad, basados en una falsa idea de ciencia, quieran seguir legitimando un sentido común de dominación. 

Otro de los rasgos que distingue a estos personajes es su afán por creer que, lo que ellos vivieron no es lo único que puede existir. De ahí que, con un extraordinario pesimismo, terminen hasta justificando formas por demás obsoletas. Por ejemplo, la priorización de lo que llaman orden social, sin importar que éste vaya por encima de la soberanía popular y la democracia. Postura congruente con la impuesta por los regímenes autoritarios, de donde emergió la figura del tecnócrata. Cuyo lema de acción es mayor libertad económica y menor libertad política. 

Por eso, estimados lectores, les invito a que reflexionemos entorno a la diferencia entre un intelectual y un tecnócrata. Más en momentos en los que la fórmula seguida por los segundos de a mayor mercado, más progreso y con ello más libertad, tropezó con un pequeño obstáculo: que, en 2018 el pueblo mexicano votó de manera abrumadora en su contra.

Motivos hubo muchos. Comenzando por la falta de honestidad intelectual de no hablar de la esencia del proyecto neoliberal que impulsan: quitarle la función de planificación económica a los gobiernos elegidos democráticamente, y transferir estos atributos al sector privado extranjero. De ahí el despliegue ideológico de hacer ver a la administración pública como ineficiente, y los múltiples elogios a las bondades del mercado, bajo la creencia (jamás comprobada) de que el mercado era la mejor forma de administrar de manera justa y eficiente los bienes de una sociedad. 

Con el famoso estandarte laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) las empresas trasnacionales pudieron hacerse del enorme poder económico que hoy las define. Lo cual supieron compensar impulsando la capacitación técnico-científica de nuevos cuadros dotados de un alto margen de influencia en los procesos de decisiones a escala nacional. Con sueldos muy superiores a los de la media poblacional, como pago por la legitimación de prácticas, por demás, autoritarias. Prueba de que no hay bases sólidas que sostengan que los tecnócratas son apolíticos, y menos, cuando ya se han documentado los fuertes vínculos que tienen con estos grupos de élite.

Ahora bien, a diferencia del tecnócrata, un intelectual se define como una persona con una sólida formación teórica y un elevado compromiso ético y social, cuyo sentido de práctica es la mejora de su comunidad. Por ello, no necesita exagerar la dificultad de su trabajo, ni la complejidad del talento necesario para desempeñarlo. Es más, ni siquiera necesita agigantar la importancia de la educación formal. Pues el intelectual que sabe de historia es consciente de la coincidencia que se presenta entre los principios tecnócratas y los principios militares, expresados en la legitimación de jerarquías: a mayor rango, mayor posibilidad de dirigir a las tropas. Simultaneidad que tiene origen en la tecnocracia neoliberal chilena surgida en el año 1955, cuando Theodore Schultz, entonces presidente del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, visito el Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad Católica de Chile.

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