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El telón de fondo en las discusiones en materia energética

Estamos en un momento de transformación. Y toda transformación social de raíz requiere reformar las relaciones de propiedad; hacer modificaciones en las relaciones sociales que establecen los seres humanos con sus condiciones de trabajo y con los medios de vida que permiten su reproducción. En este escenario llaman la atención los discursos de algunos colegas economistas que se pronuncian por una mejora distributiva y una nueva actitud hacia la naturaleza, pero en sus argumentos mantienen premisas filosóficas y éticas opuestas a dicho propósito, pues siguen defendiendo el libre mercado y la propiedad privada (eufemismo de la propiedad corporativa), por encima de la propiedad estatal.

La argumentación que presentan se basa en planteamientos neoliberales, cuyo sustento radica en la existencia de una “mano invisible” que regula los mercados, permitiendo así alcanzar el bienestar de los ciudadanos sin la intervención del Estado. Esto no tiene sustento material, más cuando la realidad nos da cuenta de la existencia de empresas monopólicas capaces de influir sobre mercados particulares y sobre economías enteras, en la búsqueda de su propia conveniencia económica y política. Dejando así ver que más que mano invisible, lo que se tiene es un puño bien visible, por la violencia económica que esto conlleva.

La ética de mercado sobre la que se construyeron los programas neoliberales es reproductora de sistemas no equivalenciales, de ahí que mucha de su argumentación se dirija a justificar las relaciones de explotación y de gestión de la producción en manos de privados. Bajo la defensa a ultranza de condiciones de competencia económica, que solo existen en su imaginario, este tipo de economistas son incapaces de hacer proyecciones para la reproducción a largo plazo, porque en ese lapso, los capitales en cuestión tienden a ser aniquilados por capitales más poderosos en materia tecnológica y comercial. De ahí la necesidad de tomar conciencia de que estamos en un momento histórico que nos demanda plantear nuevos fundamentos. 

El debate actual entorno a la nueva gestión del Estado mexicano tiene al tema energético en el centro de la discusión. Campo fértil para que las y los economistas hagamos reformulaciones teóricas. Desde la Economía Política tenemos muy claro que sólo es posible producir riqueza a partir de dos fuentes: el trabajo humano y los recursos naturales. Ambos vectores energéticos, y como tal, elementos determinantes del rumbo de la globalización, por ser los principales factores de la producción, hoy global.

Bajo esta consideración se debe tener claridad de que las relaciones sociales actualmente imperantes tienen como forma de expresión de riqueza a la mercancía. Y bajo las relaciones de producción capitalistas la mercancía debe ser analizada en dos dimensiones geográficas: una que anida al valor de uso, ubicada en el espacio nacional, al ser el espacio en donde se construye la cohesión social que permite echar a andar el proceso productivo, y una segunda, el valor de cambio, habilitada como el espacio de realización de la intercambiabilidad, es decir, en donde se da la realización mercantil. Sabiendo esto, y agregando que dichas mercancías hoy son producidas y transportadas en distancias cada vez mayores, no se puede considerar un escenario en el que la demanda de energéticos no aumente, o en su defecto, se mantenga constante. Como dijera un amigo experto en estos temas, todavía no hay aviones ni barcos que transporten mercancías cruzando el Atlántico, cuya energía sea solar. 

Además, si algo nos ha enseñado la historia, es que la humanidad no conoce la transición energética. Para muestra basta con ver que en los últimos siglos se han descubierto diversas fuentes energéticas, tales como la madera, el carbón, el petróleo, el gas natural, la energía nuclear, las energías renovables, y una vez descubiertas, ninguna de ellas ha sido eliminada. Todas se siguen utilizando. Aunque en la actualidad hay tres que predominan: el petróleo, el gas natural y el carbón. Por eso, plantear como política a seguir una transición energética sin tomar en cuenta estas consideraciones es cuando menos una falacia. Y más aun, plantear que el Estado no debe ser el gestor, ni mucho menos el regulador de este tipo de producción, es una desvergüenza.

Por lo que es válido suponer que los economistas que excluyen de sus análisis estas profundas e insalvables contradicciones, y solo consideran ciertas formas jurídicas, son representantes de un espíritu antidialéctico, y como tal no han comprendido la lógica de producción capitalista (y sus diversas formas de propiedad, como la estatal), o son simples oportunistas que tienen como tarea seguir justificando el despojo a la nación de su condición y conciencia de propietaria de bienes públicos, en este caso, de bienes energéticos.

Esta nota fue recopilada de: https://revoluciontrespuntocero.mx/el-telon-de-fondo-en-las-discusiones-en-materia-energetica/, el notichairo solo difunde otro enfoque de la verdad.

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