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Dos formas de querer ocultar la realidad

En columnas anteriores he planteado que el neoliberalismo tuvo un nocivo efecto sobre las universidades: la invisibilización de la clase trabajadora (https://revoluciontrespuntocero.mx/la-mano-invisible-en-el-neoliberalismo/). En días recientes, una vez más comprobé lo dicho cuando un colega economista afirmó en una mesa de discusión que en estos tiempos no había quien se atreviera a aceptar un trabajo recibiendo como pago el salario mínimo. No cabe duda de que la ignorancia es descarada. Para muestra no hay más que ver los informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en donde se señala que aproximadamente 327 millones de trabajadores asalariados en el mundo perciben una remuneración equivalente o inferior al salario mínimo por hora vigente, de acuerdo con lo estipulado en sus respetivos países. Estamos hablando de un 19 por ciento del total de asalariados en el mundo, de los cuales, dicho sea de paso, 152 millones (el 47 por ciento) son mujeres. 

Cifras que cobran mayor relevancia cuando se relaciona el incremento del salario mínimo a nivel mundial (que no supera el 1 por ciento, excluyendo los registrados en China) con el incremento en los precios de los alimentos. Siguiendo con la información proveniente de organismos internacionales, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), el precio de los alimentos en el mundo, entre los años 2005 y 2022 ha subido en términos reales en un 68.6 por ciento; tan solo entre 2020 (año de inicio de la pandemia) y abril del presente año, el incremento fue de 46.3 por ciento.

Ante este escenario, los estudiosos de la ciencia económica tenemos que dejar de movernos en el mundo de las abstracciones y comenzar a hacer análisis económicos sociales concretos, y explicar a la población qué hay detrás de los movimientos en los precios; del precio de la fuerza de trabajo (el salario), del precio del dinero (tasa de interés), del precio de las respectivas monedas nacionales (tipo de cambio) y del precio de las mercancías que consumimos todos los días.

Desconozco los planes de estudio de las universidades privadas que en este país imparten la carrera de economía, pero cualquier estudiante de los primeros trimestres, o semestres, según sea el caso de las universidades públicas, sabe que hay muchas maneras a través de las cuales pueden cambiar los precios, pero hay solo una manera de aumentar el valor de cambio: aumentando la cantidad de trabajo incorporado en las mercancías. Ya que la sustancia del valor es el trabajo humano incorporado a las mismas; tal y como demostraron los grandes teóricos que convirtieron a la economía en una ciencia social. Gracias a quienes hoy sabemos que la teoría del valor-trabajo tiene 3 componentes: i) Su fundamento, que consiste en que la única forma de agregar valor real a una mercancía es el trabajo humano. ii) Su modo de operación concreto, que hace referencia a que el valor de cambio de una mercancía corresponde al trabajo socialmente necesario para producirla. iii) Su consecuencia epistemológica, que dicta que el valor de cambio y sus variaciones obedecen a un concepto en principio diferente al precio y sus mecanismos de variación.

Ahora bien, el reto de las y los economistas contemporáneos es evolucionar estos aportes para el mundo capitalista globalizado, en el que hoy millones de personas en nuestro planeta están imposibilitadas a adquirir los productos básicos para su reproducción. Aunque para algunos economistas, lo más fácil sea invisibilizarlas. 

Ante este desafío, un primer comienzo es analizar las mercancías cuando menos en dos dimensiones espaciales: i) la local, al ser el espacio en donde se forma el conjunto de necesidades colectivas de la sociedad, y se construye la imperiosa correspondencia de los saberes que permiten echar a andar un proceso productivo; es decir, en donde se anida el valor de uso. ii) la que corresponde al espacio-mundo o espacio-planeta, en donde se expresa el valor de cambio; es decir, en donde se habilita el espacio para la realización mercantil, que entraña la intercambiabilidad del valor-trabajo.

No obstante, una de las grandes limitaciones metodológicas que hoy se nos presentan, consiste justamente en la medición de las diferencias entre valores y precios. No por un tema de incapacidad intelectual, sino por el carácter privado y reservado de los datos que deberían hacer públicos los actuales planificadores de la producción a nivel global, las empresas trasnacionales. Veámoslo de la siguiente manera: al ser el precio una variable empírica local y temporal, su análisis no requiere de un esfuerzo mayor al de saber trabajar con estadísticas simples que se pueden obtener a partir de los registros inmediatos en el mercado, en un momento cualquiera. Pero, al ser el valor una variable empírica global e histórica, su magnitud debe ser calculada a través de series largas de la producción, lo que requiere de la elaboración de una ponderación estadística de los factores productivos que operan en ellas, datos que sólo están en posesión de las grandes empresas. Mismas, que bajo el amparo del llamado “secreto empresarial” nos privan a la población de conocer un aspecto nodal de nuestra forma de organizarnos en sociedad.

De ahí que no se sostenga el falso principio de despolitización que imperó durante el neoliberalismo, dirigido a ocultar el secreto del origen de la riqueza capitalista: la explotación laboral. Que consiste en producir y reproducir la fuerza de trabajo de forma tal que cueste menos que el valor que ella produce. De ahí que las y los economistas tengamos todo un mundo que develar.

Esta nota fue recopilada de: https://revoluciontrespuntocero.mx/dos-formas-de-querer-ocultar-la-realidad/, el notichairo solo difunde otro enfoque de la verdad.

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