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Colaboración en tiempos del yo

Heinz Khout es considerado uno de los padres de la teoría del Narcisismo, la cual dio base a revisitar varios principios del psicoanálisis tradicional para poder entender una sociedad que distaba, sobre todo en Occidente, de la represión Victoriana de la que Freud y sus alumnos tanto hablaban[1]. La teoría del yo en los años 60 era palpable, particularmente en los EE UU, con el movimiento hippie contrapuesto a la guerra en Vietnam. En una misma olla se pelean ideales que, en extremos, buscan tener la única verdad. Esta forma de entender el mundo, de creernos el ombligo en el centro aferrados a ser vistos y seguidos como portadores de verdades absolutas, es una reacción al miedo creado por esa misma necesidad de entendernos como únicos y auténticos: la soledad en la inmensidad del universo. Los mecanismos más simplistas para enfrentar dicho miedo existencial oscilan entre creernos indispensables, controlando y reteniendo todo a nuestro alrededor, o sedarnos evadiendo tomar responsabilidad sobre nuestro estar y pertenecer a este mundo. Es así como en los extremos, el control y el desapego, nos hemos volcado hacia una sobre racionalización que ha olvidado que la forma natural del orden del universo es la colaboración.

Hemos confundido socialización y colaboración, y tristemente lo hemos hecho evidente en un lugar que se ha posicionado como el gran formador de seres humanos, la escuela. Esta institución ha favorecido una disociación del ser humano como ser social y ha fortalecido una idea de individualismo Darwiniano mal entendido. Vamos mucho más atrás, tratemos de recuperar y re-aprender que es el ser humano en lo individual y por ende en lo colectivo.

Cuando hablamos de un ser humano como un ser social, pensamos en una socialización superficial, transaccional. Socializamos para sacar algo de la otra persona, como una generación de redes por y para el crecimiento personal de quien lleva a cabo la actividad social. Desde lo más banal que es entretenernos en grupo hasta la generación de poder y estatus social y económico, hemos forjado las instituciones sociales como fuertes que defienden intereses personales o de pequeños grupos de poder y olvidado que el funcionamiento del ser humano yace fuera de los muros creados por el hombre.  A qué me refiero con esto.

La necesidad social del ser humano es profunda, está físicamente  codificada en cada una de las billones de células que conforman a cada uno de los habitantes de esta tierra. Hemos perdido de vista que este yo, esta entidad que entendemos como única e irrepetible, es en realidad un grupo social colaborativo incapaz de funcionar de manera autónoma. Somos por naturaleza un colectivo de células, organizadas en órganos, que a su vez están interconectados de forma parasitaria para poder llevar a cabo funciones tan complejas pero tan sutiles, como respirar o extender la mano. Vivimos en y gracias a un universo trabaja como grupo organizado y permite nuestra existencia cotidiana.

Así mismo, como cada una de estas células depende de la otra, en un orden parasitario, cada una de estas células depende por completo de su entorno. Sin una acción externa que active el botón de encendido de cada una de las células que existen en el universo, estas se quedarían solas, inactivas, incapaces de llevar a cabo cual sea que haya sido su destino profundo, marcado por su carga genética particular. Así como el tarot y las cartas astrales no determinan el futuro de nadie, la carga genética sin un activador externo tampoco sirve realmente para nada.

En 1876 Charles Darwin le escribe a Mortiz Wagner que su gran error fue no darle suficiente peso a la acción directa que tenía el medio ambiente[2]. Nuestra miopía como sociedad post moderna ha sido tomar con un determinismo digno del oscurantismo medieval aquellas teorías científicas, sustentadas en años de estudios o en años de recolección de datos presentados y resumidos de forma subjetiva por una persona o un grupo de personas. Así nuestro mundo inmediato, basado en evidencia está presentado desde pensamientos inflexibles derivados de grandes subjetividades que se acomodan en esos pequeños placeres: control y poder o  entretenimiento y distracción.

Salir de esta nube de opio que es el absolutismo subjetivo presentado por todo aquel que busque el poder es,  a mi parecer, el siguiente gran reto. Volver a estructuras simples, desintoxicarnos para re comprender nuestro rol como estructuras sociales capaces de auto regularnos sin estructuras de poder externas impuestas y volver a ver al otro como otro y no como una extensión de aquello que identificó como bueno porque se parece a mi y malo solo porque no se parece a mi. Pero, como diría Michael Ende, esa es otra historia y deberá ser contada en otro momento.

  [1]Hace 20 años Adam Curtis realizó el documental El siglo del yo que se centra en cómo las ideas de Sigmund Freud se pusieron en práctica para analizar y controlar a las personas a través de la psicología de masas y la creación de la sociedad de consumo.

[2] Darwin or the False Conflict Between the Theory of Natural Selection and the Hypotheses Pangenesis  EUGENIO ANDRADE PEREZ

Esta nota fue recopilada de: https://revoluciontrespuntocero.mx/colaboracion-en-tiempos-del-yo/, el notichairo solo difunde otro enfoque de la verdad.

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