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la misión de dos mexicanos para conquistar la meta de NY en equipo

Corro porque un día me dijeron que no podría hacerlo. Que mi destino era una vida en cama, con respirador y límites que en ese momento parecían definitivos. No fue un diagnóstico equivocado, fue realista para lo que pintaba el panorama. Pero nunca me ha gustado que me digan “no puedes”.

Me quité un respirador que supuestamente usaría para siempre. Me levanté de la cama. Pasé de aguantar 10 minutos en la silla a permanecer un día completo. Me tomó años, y todavía sigo adaptándome a este estilo de vida. Y aunque hoy persisten algunas incomodidades, aprendo a vivir con ellas porque me permiten estar aquí.

¿Por qué corro? Corro por mí, para recordarme de lo que soy capaz y romper estigmas. Corro por mi familia, mis amigos y para quienes me ven y se atreven a pensar: “yo también puedo”. Correr en dúo con Raúl es amistad pura: la que empuja, la que confía, la que multiplica. Porque cada carrera no solo nos acerca a la meta, también nos conecta con más personas, crea amistades nuevas, lazos auténticos… y nos recuerda que con la gente correcta no hay imposibles, solo retos que valen la pena.

Mi rol es como el de un copiloto en una carrera de rally: estudio la ruta, anticipo subidas y bajadas, marco el ritmo, cuido su respiración y, a veces, grito “¡pista!” para que quienes van adelante sepan que pasaremos. También atiendo mi propia comodidad o incomodidad en la silla: resistir vibraciones, reajustar la postura en tramos largos. Todo mientras Raúl carga con el peso de los dos. Cada kilómetro es trabajo en equipo: él pone las piernas, yo pongo la estrategia.

Cada carrera nos deja mucho más que una medalla. Son aplausos de conocidos y hasta desconocidos, porras de otros corredores, mensajes que llegan después de cruzar la meta. Es gasolina para seguir desafiándonos.

Ahora nos espera Nueva York. Un Major. La ciudad que nunca duerme y una ruta que pondrá a prueba a cualquiera: tres puentes —Verrazzano, Pulaski y Queensboro— con inclinaciones de hasta 4%, subidas, bajadas, 246 metros de ascenso acumulado… y las colinas de Central Park para cerrar. El desafío empieza mucho antes de la línea de salida: entrenamientos, logística, comunicación y un mensaje que buscamos llevar más allá de nuestras fronteras.



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